Abstinencia

 

Nunca me ha sido sencillo tener una relación con una mujer casada, pero desde que conocí a Carmen, esos esfuerzos se hicieron llevaderos. De estatura media, pelo corto rubio, ojos marrones y un cuerpo hecho para disfrutar de todo él. Pero sin lugar a dudas, lo mejor de Carmen, era su arrolladora personalidad y esa lujuria innata que me arrastraba siempre a ir un paso mas allá con ella.


Cuando por fin, una noche iba a poder disponer de ella a voluntad, lo organice todo para pasar esa noche en un hotel de una ciudad cercana, donde tenia pensado aprovechar a experimentar con ella todo aquello que su estado civil me impedía.


Y esto nos lleva hasta el momento en que la la semana antes de nuestro escarceo, le dije algo que debía hacer, bueno, más bien algo que no podía hacer. Durante una semana no debía tener ningún orgasmo. Lo que en la practica significaba nada de sexo y nada de masturbarse. Y así tenia que estar hasta el sábado siguiente en que nos alojaríamos en un hotel. La quería con muchas ansias.


El sábado en cuestión, llegamos al hotel y tras recoger la llave en recepción, subimos a la habitación, que estaba en el primer piso. Fue un trayecto corto en el ascensor, en el que no pudo acercarse a mi.


Una vez en la habitación me quité casi toda la ropa, quedándome solamente con los calzoncillos. Carmen esperaba ansiosa y nerviosa mis indicaciones para desnudarse. En aquel momento me puse a hablar por teléfono, y mientras tanto le indiqué por gestos que se quitara la ropa.


Cuando colgué mi llamada, Carmen estaba desnuda en mitad de la habitación. Con aquel maravilloso cuerpo a mi entera disposición. Le dije que se tumbara sobre la cama y me fui al baño, volviendo con un vaso lleno de agua caliente, una cuchilla de afeitar y el bote de la espuma. Remojé toda la zona del pubis, y empecé a afeitarla. Fue una sensación increíble. Tenerla allí tumbada, mientras yo procedía a rasurarla. Afeitandola. Acariciándola. Soplándola. El contraste de temperaturas, la espuma fría y la cuchilla mojada en agua calentita aumentaba su excitación.


Al acabar, la sequé con una toalla, me quité el calzoncillo y tiré de ella, acercándola al borde de la cama. Apoyé mi glande en la entrada de su sexo y la penetré con toda mi rabia, arrancándole un grito de placer. Debía de estar tan deseosa, debido a la larga abstinencia, que llegó al orgasmo con apenas un par de empujones. Desde ese momento fue encadenandolos, unos tras otros, hasta que salí de ella.


La llevé frente a la ventana, colocándome detrás de ella, hice que se agachara y la penetré desde detrás. Me agarré a su corta coleta, forzándola a una penetración más profunda, que la hizo gritar nuevamente de placer, y así continué hasta que su corrida se anuncio a voz en grito, contra el cristal de la ventana. Cuando su orgasmo terminó de estar presente, le dije que se agachara frente a mi. Se colocó de rodillas frente a mi y masturbándome delante de ella, terminé por correrme en su rostro, disfrutando de verla desatada y viciosa, como tanto me gustaba verla.


Tras un pequeño respiro, poco más de lo que se tarda en fumar un cigarro, me tumbé boca arriba en la cama, la miré y miré después hacia mi entrepierna. Hacia tiempo que sabia lo que esa señal significaba, así que, con una sonrisa golosa, se acercó a mi, me besó en la boca, y fue bajando por mi pecho, besándolo y mordisqueandolo suavemente, hasta llegar a mi miembro, que en ese momento estaba fláccido, por lo que pudo acogerlo entero en su boca.


Se dedicó a chuparme, subiendo y bajando a lo largo de mi talle, que crecía rápidamente, primero llenando su boca, después desbordándola. Carmen intentaba seguir metiéndosela entera en la boca, pero era casi imposible, así que la mojó bien con su saliva y, cambiando la postura, colocó su coñito encima de mi hombría. En aquel momento la agarré fuertemente por las caderas, y con una potente enculada me encajé por completo dentro de su cueva. Estaba tan excitada y húmeda que le entró fácilmente, sin provocar gemidos de dolor por su parte.


Me cabalgó largamente, suavemente a veces, más rápidamente al acercarse al clímax. Perdí la cuenta de ellos, pero comenzaba a comprender que aquello de tenerla sin nada durante tanto tiempo había sido una gran idea.


Le dije que se diera la vuelta y se sentó sobre mi mirando hacia mis pies. Continuaba cabalgándome y gozando mientras yo empecé a azotar su trasero, inflamando su pasión, marcándola, pues en el aquel momento Carmen era mía.

- “Ven a por tu lechita”, le dije mientras la quitaba de encima mio.


Acercó su golosa boca a mi miembro y no tuve que esperar mucho a que su boca se llenara con mi esencia, que tragó glotonamente hasta la ultima gota. Siempre le ha encantado su sabor. Tras colmar su hambre, limpió con su lengua todo rastro de semen. Aun con mi polla entre sus dedos, unos segundos después, dio un pequeño lametazo a la punta de mi glande, para recoger una gota tardía.


Otro pequeño descanso, y abrazándola, tumbados los dos en la cama, le dije:

-“Ahora me apetece uno suavecito”.


Comencé a besarla y me puse sobre ella, penetrándola de nuevo. Carmen no pudo evitar arañar mi espalda y morder mis hombros. Sus orgasmos se encadenaban, uno tras otro, haciendo que su cuerpo se desmadejara, hasta que gruñendo salvajemente, llené su coño con una nueva corrida.


Nos quedamos ambos tumbados, agradablemente cansados, mirando la televisión.

- “¿Vamos a cenar algo?” Preguntó.


Decidimos ir a un burger cercano, comprar algo de comida para llevar y volver pronto a la habitación. Cenamos viendo una película, que acabamos de ver en la cama.


Cuando acabó la película. Volví a follarla, esta vez poniendo sus piernas sobre mis hombros. Me hundía una y otra vez en ella, haciéndola gritar sin control, pues en esta postura, consigo clavársela por completo, haciéndola sentir totalmente llena. Gritaba, gemía y suspiraba mientras la penetraba salvajemente, hasta que el éxtasis me sorprendió de nuevo y esta vez me vacié encima suyo, pintando pobremente con mi semen su pubis y vientre.


Y allí nos dormimos, completamente agotados, empapados en sudor, impregnados de jugos y fluidos y oliendo a sexo.


Por la mañana nos despertó la luz del nuevo día que entraba por la ventana.


Abrazándola, de nuevo me puse sobre ella, penetrándola nuevamente. El primer empujón casi siempre parece sorprenderla, como si pensara que pretendo partirla en dos. Estuve follandola un largo rato, durante el cual no dejaba de gritar y gemir de placer. Apoyaba todo mi peso sobre ella, haciéndola sentir completamente llena de mi polla. Como para remarcar ese sentimiento me enderecé ligeramente mientras comenzaba a estrujar sus pechos, a pellizcar con fuerza sus pezones, en el límite del dolor insoportable.

- “¡Follame, follame!”, era lo único que se sentía capaz de decir, y así lo hizo, gritando como si no existiera nadie más en el mundo excepto nosotros dos.


Cuando de nuevo alcancé el orgasmo, empezando el día rellenándola con mi eyaculación, mordí con fuerza su hombro, lo que siempre significa que se ha portado bien.


Después bajamos a desayunar, empezaba a hacer falta algo de avituallamiento.


Tras volver a la habitación, cogí la cuerda y uno de los pañuelos que yo había traído. Corté aquella en cuatro y preparé lazos en cada uno de los extremos. Pasé un lazo de cada cuerda por debajo de las dos patas de arriba de la cama, y los otros dos lazos aprisionando sus muñecas. Repetí con las patas de abajo y sus tobillos. Luego vendé sus ojos con el pañuelo. Esa era, de siempre, una de sus fantasías. Atada. Completamente a merced de un hombre.


Primero estuve acariciando su coñito con una de las patillas de mis gafas. Después fueron mis dedos y cuando comenzó a correrse de placer, cambié mis dedos por un consolador enorme que había traído para la ocasión.


Y volví a poseerla, haciéndola de nuevo gritar de placer. Le dí la vuelta, con lo que sus brazos quedaron cruzados sobre la almohada y sus tobillos a los pies de la cama. La obligué a levantar el trasero, quedando apoyada sobre sus rodillas y codos, y de nuevo la penetré.


Esa vez, al tiempo que embestía su coñito salvajemente, introduje un dedo en su ano. No tardo Carmen en reaccionar, pidiendo, suplicando que le follara el culo. Pero decidí no hacerlo, otro día seria. Pero cuando el consolador que antes habia perforado su chochito, se hundió con saña en su culo, Carmen estalló en un orgasmo salvaje que la hizo temblar como si estuviera sufriendo un ataque epiléptico.


Y de nuevo, el clímax me alcanzó, haciéndome pintar esta vez la espalda de Carmen, con unos hilos escasos de semen, casi transparente.


Liberé sus manos y destapé sus ojos, dejándola allí tirada en la cama, recuperando el aliento y la presencia. Apenas podía moverse. Había perdido la cuenta de sus orgasmos y de los míos, pero por como se removía en la cama, como una gata en celo, y por la sonrisa de satisfacción que iluminaba su rostro, pensé que que se sentía tan llena y tan satisfecha como ella se había imaginado al pensar en nuestro encuentro.


Ya se hacía tarde, y teníamos que dejar la habitación, así que nos metimos en la ducha. La enjaboné, y ella a mi. Pero todavía no había acabado con ella.


Tras aclararnos metí una de mis manos entre sus piernas y empecé a frotarla, hasta que de nuevo se derramó en un orgasmo, tan súbito e inesperado que casi no pudo sostenerse sobre sus piernas.


Salimos de la ducha y nos secamos. Tras vestirnos, salimos de la habitación y del hotel.


- “La próxima vez, serán dos días enteros, y dos semanas de abstinencia”, le dije mientras salia del coche, justo a la vuelta de su casa.

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